miércoles, 25 de marzo de 2009

Editorial - Marzo 2005

Hace tres meses escribí el editorial para el número uno, luego de un intervalo de veinticinco años. Hoy parece que hubiera transcurrido un período semejante de tiempo, tal la andanada y dureza de los acontecimientos. En diciembre nos dejaron dos amigos entrañables. Dos seres humanos de esos que uno considera imprescindibles. Desde terrenos diferentes, ambos marcaron una profunda huella: Daniel Santos Arena, "Pollito", gran músico y, para quienes lo conocíamos de tiempo atrás, excelente dibujante; Rubén Batallés, "El Cura", un viejo revolucionario, ex preso político, que dio todo por la felicidad de su pueblo hasta que su gastado corazón lo llamó a la calma. El uno fue mi compañero de banco en el colegio secundario, también de un sin fin de aventuras, el otro, camarada de incontables luchas.
Diciembre pareció signarse de sombras. La corrupción y la desidia una vez más se llevaron inocentes, terminaron con la vida de 193 jóvenes asistentes al recital que ofreció, en República Cromagnón, el grupo de rock Callejeros. Nuestra historia está plagada de muertes absurdas, esta sociedad parece empecinarse en matar nuestro futuro, eliminarlo como alternativa posible, como esperanza y proyecto. Cada día se suman nuevos muertos de este sistema nefasto, ya víctima del "gatillo fácil", de la desnutrición o el asesinato en la aparentemente menos culposa forma del suicidio. Cada semana los diarios anuncian la disminución del desempleo, mientras nos cruzamos en la calle cada vez con más cartoneros, con hombres y niños revolviendo la basura en busca de algo con que envenenar su estómago famélico. En este escenario, cada muerte debe considerarse un crimen de Estado.
Para todo esto nuestros políticos, desde el presidente hasta el puntero, tienen soberbios mensajes de condena. Piden castigo para los culpables y dan extensos discursos en los que afirman que nada quedará impune. Se candidatean hipócritamente, sabiendo que los responsables tienen nombre y apellido, que si hay leyes y disposiciones, sólo debe averiguarse quién no las cumplió. El castigo a los culpables es el único garante del nunca más. La única manera de que la historia no se repita, que no haya más amias, dictaduras, ni cromagnones que chupen la sangre de nuestros hijos. Pero ese castigo no vendrá de la mano de plebiscitos oportunistas ni paseos electorales cada cuatro años.
Quiero decir también, y en otro orden de cosas, que la criatura que empezó a dar sus primeros pasos en diciembre pasado ya va afirmando su andar. Lilith tuvo una buena recepción, por parte de un público algo desacostumbrado a este tipo de publicaciones. Las páginas de internet que nos dedicaron Juan José Flores, periodista de "Ecos Diarios" de Necochea y la gente de "Lo que somos" son mucho más que un indicio. Las cartas y correos electrónicos de los confines menos imaginados felicitándonos o pidiendo que la hagamos llegar allí, nos muestran que, aunque duro, no equivocamos el camino. Lilith llegó, en su primer impulso a un vasto horizonte, desde Alemania, España y Estados Unidos hasta el interior del país, superando nuestras expectativas. La revista resulta, entonces, similar a lo que Salvador Dalí pensaba del surrealismo: un tren que sabemos de dónde parte, pero no hasta dónde llegará. El destino final dependerá de factores variables, ya sean económicos, políticos o personales, pero básicamente de la aceptación de nuestros lectores y su reproducción en miles.
Esta nueva aparición tiene una particularidad, decidimos enfocarla en un sentido determinado y conmemorativo. El 8 de marzo de 1908, las calles de Nueva York fueron ocupadas por 40 mil costureras industriales. Se habían declarado en huelga y demandaban, entre otras reivindicaciones, mejoras salariales, reducción de la jornada laboral a ocho horas, abolición del trabajo infantil, permiso de lactancia y el derecho de afiliación sindical, nada que no siga violentándose hoy. Tal vez habían elegido esa fecha en recordatorio de aquel otro 8 de marzo, cincuenta años atrás en la misma ciudad, en que miles de obreras marcharon en protesta por las deplorables condiciones de trabajo. Pero ese día, los dueños de la Cotton Textile Factory, en Washington Square, ante la toma pacífica del establecimiento, encerraron a sus empleadas para evitar así que se unieran a la protesta. No contentos con ello, decidieron prender fuego el edificio. Sin posibilidades de escapar al incendio, murieron quemadas 129 trabajadoras. Más allá de cualquier análisis, vemos cierta coherencia en el capitalismo yanqui, en el capitalismo a secas; a ellos les debemos las jornadas de lucha internacional más representativas: 1º de mayo y 8 de marzo. Recordatorios de dos masacres en defensa de los intereses de los poderosos. Por ese motivo, este número de marzo lo planteamos de y para la mujer. No por oportunismo, sino por oportunidad, ella es su tema central, casi exclusivo. En estas páginas, por obra de la ficción y un poco de azar, se conjugan el temple sin par de Juana Azurduy con la trágica y sublime Sylvia Plath; la frescura revolucionaria de Soledad Barret y la seductora inocencia de Lolita; la sagrada presencia de la papisa Juana con la blasfema Lilith. Vaya entonces este humilde homenaje a todas aquellas que luchan, como muchos hombres también lo hacen, por un mundo mejor.
Publicado en la edición impresa de Lilith Nº 2. Sólo en librerías o por pedido.

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